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Todo es materia prima # 32
Error de arrastre
La narración, ¿es un error de arrastre?
En esta entrega:
1. Las aventuras de la semana
3. Las recomendaciones del Espectador Inquieto
4. Pasamos la masterclass gratuita al 17.05
5. Entregas anteriores y descargable gratuito
Parte 1
Últimas dos jornadas de mi viaje limpio. Amaso la idea de que en los últimos 15 días dormí muy bien y los niveles de neurosis estuvieron particularmente bajos. Qué viaje limpio, me digo, qué bien salió todo.
Una amiga de mi amiga V va a alojarme por dos noches. No la conozco. A último momento me avisa que viajó a Chile y no estará. Me pasa el número de tal, que está en la casa. Ese tal, a su vez, me dice que no estará ese día en la casa y me pasa el número de tal, quien, a su vez, me cuanta que llegará más tarde que yo y me pasa el contacto de otro tal, que supuestamente estará para recibirme, pero trabajando en el fondo.
Estoy en el km 7 y tengo que llegar al 10. Antes, me voy hacia el otro lado, al centro. Tengo que ir a un correo a buscar un termo que me olvidé en Bolsón y mi amiga V me acaba de enviar. Los días sin termo fueron duros. El correo está cerca de la Catedral de Bariloche, así que decido visitarla de nuevo. La primera vez, hace unos días, fue especial. Sonaban cantos gregorianos. Me senté y lloré. La música, el aire silencioso, la búsqueda de esa otra cosa, la cosa. No intenté esconder mi llanto. Me pregunté qué pensarían las personas de ese llanto.
Los martes doy taller de escritura. Este martes teníamos para trabajar el cuento Catedral, de mi querido Raymond Carver. Me pareció apropiado, antes de hablar de Catedral, pasar por la Catedral. Pero la Catedral estaba cerrada. Ese día me esperaba otro tipo de experiencia mística, otro tipo de contacto.
Llegué al km 10 y caminé por una ruta de tierra. Encontré la calle, pero no el número. Me habían dicho 33. Primer error: pedir la dirección a un inquilino y no a la dueña de casa.
Encontré algo que parecía un 33, pero bien podía ser un 55. Mi celular (de 2018) había muerto en el camino, como ya lo había hecho (si es que morir es algo que se hace) en muchos otros caminos de este viaje —un viaje de forzada desconexión e iconoclasia.
Podríamos decir que el segundo error fue aguantar tanto tiempo con un celular tan disfuncional (¡necesito un nuevo celular!), pero la disfuncionalidad, como vemos en el teatro, también nos gusta. El desajuste trae drama; el drama, por su parte, nos divierte y alecciona.
Hernán Casciari decía algo de que la tragedia de Romeo y Julieta sería imposible si los personajes tuvieran celular. Una obviedad interesante. Mucho de nuestras más trágicas y también cómicas aventuras surge del malentendido, de la desconexión y la distancia.
Como fuera, mi celular estaba muerto y no podía mandar mensaje a quien supuestamente me esperaba en el fondo de la casa —de alguna casa.
Entré en el jardín delantero de la 33/55. Llamé, pero nadie respondió. Al salir, furtivo, me sorprendí con que todo el tiempo en que yo lentamente decidí ingresar y atravesé el jardín, había habido una mujer en un auto. ¿Me había estado observando? Tenía un bebé y parecía en estado de gracia. No pareció importarle mi presencia.
—Perdón —dije— me metí en la casa equivocada.
Hizo una sonrisa inentendible.
—Estoy buscando el 33.
—Acá es el 55 —dijo.
Entre el 55 y el almacén, sólo había una posibilidad. Tercer error: no entrar al almacén a preguntar. Volví sobre mis pasos. La casa entre el 55 y el almacén, la única posible, no tenía número. Llamé, golpeé, grité. No sabía qué hacer. El alambrado estaba caído. No lo pensé mucho —cuarto error. Cuarto error y la apertura de una válvula de escape. Cuarto error y el lanzamiento de la narración. Punto de giro. Cuarto error y conclusión: ¡no te metas si no estás seguro!
El punto es éste: yo estaba seguro. ¿Sesgo cognitivo? En ningún momento sopesé la posibilidad de que me hubieran pasado mal la dirección. Tomé una decisión en base a un fundamento no cuestionado. Como se dice en matemática, error de arrastre.
La decisión era lógica, pero se apoyaba en una falsa premisa. Por no cuestionar esa premisa (“la dirección que tengo es correcta”), Jada estaba, de pronto, caminando por el jardín de una propiedad privada a la que no había sido invitado, y de la que sería, unos momentos después, violentamente expulsado.
Un puddle blanco se animó a ladrar, pero al acercarse, el ladrido se transformó en mimo. Casa grande y señorial, ladrillos y dos pisos, pasto cortado, ventanal y televisor encendido. Camiones estacionados.
Alfred Hitchcock prefería que el espectador sí supiera que debajo de la mesa había una bomba. El suspenso de sus películas suele apoyarse en ese plus de información que el espectador tiene en relación al personaje. El personaje no sabe que debajo de su mesa hay una bomba, pero el espectador sí. Por eso Hitchcock decía que no le interesaba dirigir a los actores, sino a la audiencia. Quienes la pasan mal no son los personajes, somos nosotrxs, que sabemos lo que está a punto de pasarles. Ellos solo morirán; nosotros estamos sufriendo.
Con esa misma lógica, ahora vemos a Jada que camina con inocencia por ese jardín, sin saber que no es el jardín al que fue invitado, y fácilmente sentimos ese suspenso. Jada, que no sabe, que es ese que no sabe (el hombre que sabía demasiado poco), se anima a girar por una esquina de la casa. Intenta entender si ese fondo es la huerta donde se supone que estaría trabajando el chico que lo esperaba. No parece una huerta. Otro camión y otro perro; un perro grande, con una pata vendada, le mira sin interés.
De pronto, un golpe en la ventana. Jada gira y descubre a un hombre dentro de la casa. El hombre le hace un gesto. ¿Qué hacés acá? Jada intenta preguntar si esta es la casa de Marta. Ya se va dando cuenta de que no, pero tiene que preguntarlo. ¿Es la casa de Marta? El hombre aparece en la puerta. Rostro desencajado. Llaman la atención el color y la forma apelotonada de su nariz. Colorada, inflamada.
—¿Quién sos? —dice el hombre.
Jada vuelve a decir que pensó que era la casa de Marta, el 33.
—Andáte por donde saliste —dice el hombre.
Jada empieza a alejarse, no sabe si girar y darle la espalda. Gira y camina hacia el alambrado.
—Tuviste suerte porque tengo a los perros —agrega el señor.
Jada gira apenas para mirar a los perros, el pequeño cariñoso y el grandulón herido. No parecen peligrosos.
—Disculpas —dice, y torpemente levanta una pierna para atravesar el alambrado caído.
Primer round terminado y un quinto error: volver a no entrar al almacén. Insistir. Volver a caminar la calle de los números imposibles. Vuelve a pasar por el 55, nota que los 5 están hechos de una manera que podrían confundirse con un 3, pero aun así, todavía no considera la posibilidad de que le hayan dado mal la dirección. Tiene que haber un 33, pero ya pasó el 55 y la numeración sube. No sabe qué hacer. Empieza a sentir angustia. Piensa en su clase, en menos de una hora. Cuando gira, ve que el hombre de los perros lo viene siguiendo.
—¿Quién sos? —le grita.
Jada, todavía inocente, responde:
—Soy un ser humano buscando una casa.
Risas de fondo. El deseo, a posteriori, de haber registrado el movimiento nanométrico de la expresión del hombre como reacción a esa respuesta.
—Busco la casa de Marta —dice Jada.
El hombre se acerca.
—Vení —dice—, yo te voy a mostrar la casa de Marta.
Se adivinan, en su cuerpo, impulsos contradictorios: una fuerza le lleva a meterse en la entrada del 55 (¿esa es la casa de Marta?), otra fuerza le acerca al cuerpo de nuestro protagonista, que todavía no sabe que será golpeado.
La bomba bajo la mesa.
Si tan sólo supiéramos.
Nos cambiaríamos de mesa.
“Calcular los elementos imprevistos quizá sea precisamente la operación paradójica que la vida más nos exige que hagamos.”

Jada se acerca al hombre, con temor pero, también, con cierta disponibilidad para la conversación.
—La próxima vez te cago a tiros —dice el hombre, ya irremediablemente cerca, su cuerpo cerca, la distancia estallada como astillas de una idea. Su brazo se eleva al cielo. El torso gira, una fuerza (¿qué fuerza?, es la pregunta importante) le arrastra a golpear. El impacto: manotazo sobre hombro. El cuerpo de Jada retrocede —doble impacto, físico y emocional.
Las cosas fugaces, ¿qué está pasando?
Fugazmente, como las cosas fugaces, como los asteroides que se incendian al acercarse a la Tierra, y nos dan una alegría breve, o poética, Jada se pregunta si lo que corresponde, ahora, es pelear. Decide, en cambio, alejarse.
El hombre lo sigue.
—Yo te muestro la casa de Marta —vuelve a decir, como si esa casa fuera, ahora, un símbolo del terror y el espanto—. Voy a llamar a la policía, te voy a cagar a tiros, mostrame el documento.
—Te mostraría el documento —dice Jada, casi lejos—, pero como ya me pegaste, no me puedo acercar.
—Andate de acá —dice el hombre—, y mejor que no te vuelva a ver.
Jada se aleja. Al girar, una última vez, el hombre ya es pequeño. Pequeño como las cosas que salen de escena y quedan vibrando. La potencia de una pieza del destino después de cumplir su función en la trama.
—Pero yo también fui su destino —pensará Jada, más tarde.
Ahora dobla por una calle que no se puede saber adónde va. Avanza por la calle de tierra que no promete nada. Tal vez, solo más distancia. Vuelve a pensar en el taller, se siente alterado; de pronto, una vez más, llora.
No sabe qué hacer. No puede volver. Avanza y llora. Sabe que no solo llora por la tensión y la violencia recibida en su cuerpo y en su vida; sabe que llora por algo más, algo que probablemente tenga que ver con la historia de la gente.
Decide volver a la ruta, buscar un café, sentarse a cargar el celular. En una calle nueva, un hombre que arregla una casa lo trata muy bien. Notablemente amable, casi sobreactuado, le indica cómo llegar a la ruta. Lo saluda con una sonrisa que para Jada simboliza toda la calidez del mundo.
En la ruta, Jada entra a una despensa y vuelve a ser tratado muy bien. Casi parece que el destino estuviera queriendo compensar. Le dejan enchufar el celular y se come un yogurt firme de vainilla mientras manda textos a sus casi nuevos compañeros de casa. Le llaman. La dueña, Marta, que se enteró de lo sucedido, también le llama. Jada está siendo cuidado.
La que le pasó mal la dirección está llegando del centro, quedan en encontrarse en la esquina de la casa para que Jada no pase solo por la puerta del vecino. El chico del fondo dice en un mensaje que el vecino entró a gritarle. Jada le pide al chico, en un mensaje, que le diga al vecino que por favor no le dispare.
Ella está alterada, Jada le mandó un mensaje bruto y ella, que le había pasado mal la dirección, ahora se siente mal. Entran a la casa. Un gato peludo pasa sin saludar, en su mundo.
—Disculpas —dice Jada, de pronto llora.
Se dan un abrazo y ella dice:
—Me alegra que estés bien.
Jada está solo 15 minutos tarde para su clase. Cuanta a sus alumnxs lo sucedido y reconocen la relación de lo sucedido con el cuento de la semana. En Catedral también hay un hombre asustado por la entrada de otro en su casa. El tipo de violencia es diferente. En Carver, la violencia no es física, sino mental y emocional. El narrador juzga y se defiende de la ceguera del amigo de su esposa que llega de visita. Un hombre ciego llega a casa de un hombre prejuicioso. ¿Celos? La ceguera le permitirá tocar. Tocar algo de otro orden.
Una alumna recordó algo que hablé al final de la masterclass El laboratorio de la ficción sobre el poder político del arte de la ficción, que nos permite, como en Catedral, abrirnos a lo otro.
Si no nos abrimos a lo otro, nos vamos a seguir matando.
Y eso no significa que no haya sido un error (al menos, una ingenuidad peligrosa), de mi parte, haberme metido en propiedad privada.
Lo que me interesa es pensar que no sé qué es lo que este hombre ha vivido y estará viviendo que le llevó a reaccionar con esa violencia.
Si solo supiera que le pegó a una de las personas más inofensivas del mundo.
Aunque…
¡Tal vez eso sea justamente lo peligroso!
No pelear es peligroso, pero ¿para quién?
¿Para qué?
¿Qué parte nuestra se beneficia de la guerra?
Parte 2
Día siguiente. Cerro López. Uno de los lugares más hermosos del mundo. No creí que iba a llegar hasta el refugio. Árboles rojos. Algo de nieve. Resbala. El celular muere en la primera media hora. Gracias a eso, converso con gente: pregunto la hora, me sacan una foto, me explican el circuito del colectivo que pasa por Colonia Suiza. Me dicen que la nieve de los últimos días se llevó muchas hojas, la semana pasada estaba más rojo —ahora mi atención va a lo pelado de los árboles.
Si no tuviera este celular moribundo, no habría hecho contacto. Tampoco habría sucedido lo de ayer. Tenía que suceder. Una vez más, la falla trajo tesoro. Las puertas del error.
Ejercicio: las puertas del error.
Hacer una lista de los 10 errores de tu último año.
Cosas que no salieron “bien” (digamos, como esperabas).
Preguntate:
1. ¿Qué sucedió gracias a eso?
2. ¿Qué podría suceder gracias a eso?
3. ¿Qué arte podría crear para sacarle jugo al error?
*
Por no poder sacar fotos, dibujo:
Saqué tantas fotos que ya no sé dibujar
Unos hombres arreglan el techo del refugio López
Paso un rato largo en esa primera cima. Los fotógrafos de La Plata que me sacaron una foto (les pasé mi número, pero creo que se olvidaron de mandarla), ahora se aventuran hacia la cima verdadera, donde dicen hay una laguna. Quiero subir, pero sé que no es el momento. No vine preparado. No me dan los tiempos. Les veo alejarse en vertical, cada vez más pequeños. Qué ganas de subir; en lugar de subir, escribo.
Apego al lugar
No me puedo ir
Me acuesto
Toco los dibujos del mineral
Lloro sobre el filo
Tiemblo contra la roca
Sexual
Mi amiga V, la de Bolsón, que me conoce mucho, se sorprendió cuando ve vio llorar. Antes no lloraba tanto. Cada vez lloro más. Dejando el refugio, me cruzo con una familia de pájaros carpinteros grandes. El sonido del pico en la madera. Un chillido bebé.
Dejando el refugio
Bajando mientras otros suben
Vuelvo a llorar
Y el descenso me da algo
El llanto se transforma en un entusiasmo
Una corriente
Ganas de crear
Bajo, con ganas de crear
y pienso
en el final
de La montaña
Las recomendaciones del Espectador Inquieto

La montaña
La montaña (2022, Thomas Salvador)
Esta es una película impresionante. No quiero decir mucho más que esto: buscate un proyector, apagá el celular y mirala de corrido en grande. No veas el trailer antes. No leas mi artículo en la revista Caligari (¡leelo después!). Regalate esta experiencia.
*

Los pájaros
Los pájaros (1963, Alfred Hitchcock)
Es mi favorita de Hitchcock. Ya que hablé de él en el relato de la semana, se me ocurrió recomendarte esta gran obra. Es la única película de Hitch, creo, que tiene su disparador y excusa argumental en un elemento no humano. Los pájaros, sin razón, empieza a atacar. Pero lo más importante de la película es el silencio. El silencio entre los picotazos y los tacos de Melanie Daniels. Si no sueles ver películas de hace más de 50 años, te aviso que es una experiencia diferente. Hay algo que se siente muy distinto a ver una película contemporánea. Ojalá puedas disfrutar de esa diferencia. Sumérgete en la duración, el tiempo que la película se toma antes de los sucesos, las coreografías, el juego de las miradas, los efectos especiales que hoy pueden darnos risa y también un placer plástico. Después de ver la peli, te invito a ver este video donde analizo cómo algunas cuestiones formales pueden multiplicar el tema:
*
Para ver el archivo con los links a las películas recomendadas, CLICK AQUÍ
La MASTERCLASS GRATUITA se pasa al 17.05

El sábado 17 de mayo daré la próxima masterclass gratuita, llamada “Todo es materia prima (no quiero una vida sin dificultades)”
La clase es para artistas que:
1. quieren dar más espacio y seriedad a su arte.
2. quieren poder tomar decisiones sobre sus proyectos.
3. quieren organizar sus proyectos artísticos y no saben cómo.
4. quieren encontrar maneras más creativas de dialogar con sus dificultades.
5. quieren aprender a dialogar con sus bloqueos.
6. quieren detectar con más precisión cuáles son sus trabas creativas.
Para inscribirte, CLICK AQUÍ
¿Qué pasa cuando nos interesamos
por lo que nos pasa?
Si este newsletter te aportó algún valor, si te inspiró o dio algo que puedas valorar, ¿te gustaría compartirlo con alguien que también pueda recibir inspiración y herramientas?
Hasta el viernes próximo!
Gracias!!!
Jada
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