Todo es materia prima # 36

“No tengo tiempo” (y el TEMPlo de los 5 minutos)

Sobrevivir a la supervivencia y el arte como insistencia.

En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. Próxima MASTERCLASS GRATUITA
3. La recomendación del Espectador Inquieto
4. Link a entregas anteriores + Descargable gratuito

Clarice Lispector

Durante años, Clarice Lispector trabajó como redactora publicitaria para mantener a sus hijos. Muchas de sus novelas y cuentos fueron escritos de madrugada o en momentos robados al deber doméstico y laboral. En cartas y entrevistas se refirió a una sensación de alienación por la rutina, a cómo la escritura le permitía un estado de presencia radical, casi místico.

Manuel Puig escribía en la cocina de su casa mientras sus tías veían televisión. Con el ruido de fondo de las telenovelas, los noticieros o los programas de variedades, Puig tejía su propia novela: una que también estaba hecha de voces múltiples, de melodrama básico, de lenguaje popular. En lugar de exigir silencio o de buscar aislamiento, escribió Boquitas pintadas con el traqueteo de la vida cotidiana alrededor.

Manuel Puig

No son casos aislados. Crear “con lo que hay” es más la norma que la excepción; no porque el arte no merezca condiciones ideales, sino porque rara vez las hay. Esperar a que todo esté en orden suele ser una manera solapada de postergar el deseo. Sin embargo, cuando una imagen se impone, cuando el cuerpo necesita decir, lo hace donde puede: en la cocina, en la madrugada, entre tareas, en los cinco minutos de pausa, con lo que hay.

No se trata de romantizar la precariedad, sino de asumir la verdad incómoda de que la vida en modo-supervivencia no suele dejar espacio para la creación artística; se trata de reivindicar la potencia que se activa cuando nos damos ese espacio de creación… a como dé lugar.

El arte como insistencia

Tal vez se trate entonces de insistir; de no rendirnos a la inercia de la vida cotidiana, tejida como una coreografía opaca que busca la supervivencia. El arte ¿es un lujo? ¿Y si el arte no fuera un lujo, sino una forma de sobrevivir… a la supervivencia?

Vivimos en modo alerta. Corremos, hacemos cuentas, rendimos o no rendimos. La vida cotidiana —sobre todo en contextos de crisis— se nos vuelve una especie de campo de batalla en miniatura. Dormimos poco, respiramos mal, nos exigimos más de lo que podemos dar. Nos acostumbramos a vivir desde el esfuerzo más que desde el deseo.

En ese paisaje, en el campo minado de la vida cotidiana, el arte —crear, mirar, escribir, detenerse— aparece como una anomalía. Un lujo. Algo que “deberíamos” hacer sólo después de ya haber cumplido con todo lo demás —lo importante. Como si para escribir un poema o mirar una película primero tuviéramos que tener resueltos el alquiler, las deudas, el cansancio, la culpa, el mundo.

En algún nivel, claro que es así. Pero… ¿Es sólo así?

¿Y si también fuera al revés?

Hace poco (esto lo conté en otra entrega del newsletter) escuché a una neurocientífica decir que, cuando nos sentamos a leer una novela, le estamos diciendo a nuestro sistema nervioso: estás a salvo. La idea me quedó sonando. Para hacer o mirar arte hay que poder bajar la guardia; pero, también, en la dirección opuesta, es el arte el que nos ayuda a bajar la guardia —a salir del estado permanente de amenaza; a recordar que hay otra frecuencia posible, que hay un espacio que no está gobernado por el miedo.

Desde hace años acompaño a personas en sus procesos creativos, y hay algo que se repite mucho: la dificultad para tomarse el juego del arte en serio. El “no tengo tiempo”, el “no me puedo organizar”, el “no me alcanza la energía”, el “me cuesta priorizarme”, todos esos relatos son en gran medida reales, y no los juzgo, pero debo decir que, para ser honesto, me da cierta rabia —una rabia amorosa… Porque me duele ver cómo esa voz creadora y exploradora quiere jugar, pero queda atrapada en responsabilidades, exigencias, comparaciones y dudas innecesarias.

Me duele ver cómo el arte queda tan relegado… al fin de semana… a la distracción.

Jugar a medias frustra. No porque haya que “hacerlo todo perfecto”, ni porque tampoco haya que obsesionarse con el juego, sino porque cuando una parte tuya quiere entregarse al juego de verdad, y otra parte no se anima, algo adentro se tensa. Se empantana.

Y si no miramos al pantano, el fermento nos corroe en secreto.

Por otro lado, cuando sí te tomás el juego en serio —aunque sea de a ratos— las cosas cambian. No porque la vida se vuelva fácil, sino porque deja de tratarse solo de sobrevivir. Aparece otra lógica. Porque el arte es un lugar sin patrones (o con patrones más complejos), un espacio sin algoritmo (o con algoritmos más sutiles), un estado sin deuda (o con una deuda más existencial) —una localidad compleja, de algoritmos complejos e impredecibles, de patrones rizomáticos y extrañados. El lugar de lo singular, el teatro de las precisiones que brillan.

Ese lugar, para muchas personas, es lo más parecido a estar a salvo.

Ojalá puedas darte ese rato, esa pausa, ese experimento. No como escape, sino como fiesta. No como refugio, sino como templo. Como forma de habitar el mundo sin endurecerte innecesariamente. Un acto íntimo de desobediencia.

Crear no es un lujo, es una forma de estar vivx. Pero es fácil olvidarlo cuando todo alrededor nos apura. Por eso, más que una inspiración, el arte necesita una decisión: la de tomarlo en serio, aunque el mundo lo llame juego. Y aunque asociemos la idea de juego con el ser niñxs.

Tomarlo en serio no significa solemnidad, sino presencia. Decirle sí al deseo de hacer lugar. No para rendir, ni para producir, sino para habitar otra espacialidad, para agitarte en otra frecuencia; para decirle al cuerpo y al sistema nervioso: estás a salvo, podés jugar.

Como todo juego, el arte también puede empezar en pequeño. No necesita condiciones perfectas, ni tres horas libres por día, ni dinero, ni una gran idea… A veces, alcanza con cinco minutos de permiso verdadero.

La rutina de los 5 minutos

Un ejercicio mínimo (y poderoso) para reconectar con el arte todos los días

Objetivo:
Demostrar que cinco minutos diarios pueden ser suficientes para empezar a salir del modo “supervivencia” y entrar en un pequeño espacio de presencia, juego y exploración. No se trata de hacer “algo bueno” ni de lograr nada: solo de estar ahí, habitando una pausa, un ocio, una posibilidad para la diferencia, un estado de atención abierto, no tan cotidiano.

Instrucciones

1. Elegir una actividad creativa
Puede ser escribir, dibujar, bailar, cantar, plastilina, sacar una foto, tocar un instrumento, incluso contemplar un objeto con ojos frescos.

2. Ponele hora a tu cita diaria
No lo dejes al azar. Elegí un momento del día en el que puedas regalarte 5 minutos sin interrupciones. Si podés, hacelo en el mismo lugar y a la misma hora, para que el cuerpo empiece a reconocerlo como tu templo, tu pista de baile, tu campo de juego, tu laboratorio (o la metáfora que más te guste).

3. Poné un temporizador en tu teléfono
Activalo al empezar. No te detengas antes. No sigas después. Cinco minutos exactos. No mires las redes sociales ni el whatsapp. Cuando suene, podés seguir un rato más… solo si querés. Si no, 5 minutos ya son un montón. 5 minutos diarios son 35 minutos semanales. En 35 minutos podés componer un poema, escribir un cuento, hacer un tema o una pequeña pintura.

4. Durante esos cinco minutos, no hay error
Lo que hagas es válido. Si escribís “no sé qué escribir” durante cinco minutos, también vale. Si garabateás un círculo durante cinco minutos, también vale. Lo único que no vale es juzgarte. Y si aparece el juicio, también vale juzgarte, porque el juicio también es parte. Si aparece, en lugar de rechazarlo, dejálo entrar. Hacelo parte, dejalo bailar, jugá con él.

5. Al terminar, anotá cómo te sentís
Una sola línea, sin análisis: “Estoy más liviana”, “Me dio bronca”, “No sentí nada”, “Me gustaría seguir”, “Me sentí raro pero bien”. Lo que sea.

Sentido profundo del ejercicio

Este ritual mínimo busca hackear la creencia de que necesitamos grandes cantidades de tiempo, dinero o inspiración para crear. Cinco minutos no resuelven todo, pero pueden ser una rendija por donde vuelve a entrar ese viento sutil que llamamos poesía. Cuando abrimos un libro, el sistema nervioso entiende que estamos a salvo. Lo mismo ocurre cuando creamos algo. Empezar por poco puede ser una forma radical de cambiar el modo en que habitamos el día, y en que nos relacionamos con nuestra misión artística.

MASTERCLASS GRATUITA - SÁBADO 7 DE JUNIO

En la próxima masterclass gratuita exploraremos esta posibilidad contra-intuitiva de amigarnos con la frustración. La posibilidad de escuchar su mensaje, su don, su dádiva.

Todo es materia prima – La frustración es mi amiga será un encuentro para aprender a mirar la frustración no como obstáculo sino como portal creativo. Ideal si estás en un momento de nudo, parálisis o búsqueda en tu proceso artístico. La poesía nace de la frustración.

📅 Fecha: sábado 7 de junio
🕰 Hora: 11 a 12,30 hs (hora Argentina)
📍 Online (Zoom) – con inscripción previa

Para participar necesitas hacer dos cosas:

¿Qué pasaría si no intentaras resolver tu frustración?
¿Y si la dejás hacer su trabajo?

La recomendación del Espectador Inquieto

Romain Duris y Paul Kircher

El reino animal (Thomas Cailley, 2023)

En un mundo en que volverse animal es leído como enfermedad, y reconociendo que los animales no representan una gran amenaza para la vida humana, la lucha contra lo salvaje (encerrar a "los enfermos" en "el Centro") se revela como una incapacidad de procesar la pérdida que implica toda transformación (la pérdida del habla, de la familia, de la identidad).

En un momento clave de la transformación de uno de los protagonistas, la cámara intenta seguir al hombre-deviniendo-lobo, pero no alcanza; como si lo salvaje fuera lo que se sale de cuadro. Planos cortados, bestias de a poco, fragmentos de animales que rara vez llegan a verse de cuerpo entero, un paneo veloz que intenta atrapar que lo que se ha vuelto irreversible.

Lo real, escribió Eduardo del Estal, como la resistencia de los fenómenos a todo régimen de representación. ¿Adónde llevan a las criaturas? Al "Centro". El Centro como el arquetipo de lo codificado, lo civilizado, lo que lucha contra las fuerzas centrífugas de lo salvaje.

Qué tonto, ríen padre e hijo (Romain Duris y Paul Kircher), creer que "sublime" es el mecanismo de un aparato. Si un perro es bello, escribió Edumnd Burke, un lobo es sublime.

Qué vertigo, la libertad!

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Stanely Cavell

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