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Todo es materia prima # 38
El valor de terminar obras
Pulir es profundizar
En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. ¿Por qué es importante terminar las obras?
3. El amor es un lugar adonde ir
4. Las recomendaciones del Espectador Inquieto (x2)
5. Link a entregas anteriores + Descargable gratuito

terminar… clausurar… cerrar… abrir… ya está
Terminar una obra no es un gesto trivial ni un simple cierre administrativo del proceso creativo. Es un acto simbólico y liberador: decir “ya está” es afirmar que la cocción terminó y que la obra puede ahora tener su propia vida, ser leída, resignificada, existir por fuera de nosotrxs. No se trata de forzar un final apurado, sino de habilitar un momento en el que algo, aunque sea imperfecto, se entrega. Porque las obras, como los hijos, no nos pertenecen. La generosidad de dejar ir, de ver partir.
Una de las mayores trampas es la identificación excesiva con lo que hacemos. Cuando una obra tiene la supuesta (asignada) responsabilidad de expresarnos, o de justificarnos —de darnos valor o sentido—, fácilmente queda atorada. El proceso se paraliza bajo el peso de expectativas que no le corresponden. A veces creemos que una obra va a salvarnos, darnos identidad, reconocimiento, estabilidad… pero en el fondo sabemos que esa idea no nos sirve, ni le sirve a lo que estamos creando.
Terminar una obra permite pasar a lo siguiente. Es como llegar a la cima de una escalada: no para quedarse allí, regocijándose infinitamente en el logro de la bandera clavada, sino para abrir el cuerpo a nuevas rutas, nuevos desafíos. Publicar —o declarar finalizada una obra, aunque no se publique— sella una etapa, y en ese trabajo de acabado también se gana profundidad. No es solo un gesto superficial, pulir es profundizar.
El arte necesita de cierta obsesión: una atención minuciosa al detalle, un amor casi ridículo por el botoncito, el acorde, el ademán. Pero es importante distinguir entre la obsesión fértil y la parálisis neurótica. Valorar el detalle no es quedarse atorado en él. Saber cuándo dejar pasar también es parte del oficio. Las obras no se terminan sino que se abandonan, decía alguien; esa renuncia también es una forma de sabiduría.
En mi caso, algo que me ayuda a no cargar cada proyecto con demasiada presión es trabajar en varios al mismo tiempo. Roberto Bolaño aconsejaba no escribir un cuento, sino nueve. Esa multiplicidad nos salva del encierro de creer que todo depende de una sola obra. El valor de la vida no está en los proyectos —ni uno, ni muchos— y cuando eso se recuerda, las obras se alivian, avanzan con mayor ligereza.
No siempre hace falta publicar para terminar, pero toda obra terminada implica una forma de publicación: al menos hacia unx mismx. Se trata del “ya está” íntimo que nos permite soltar, que disponibiliza la obra para ser vista, usada, leída, multiplicada y vivida por otrxs. Como dice Boris Groys en Volverse público, sobre todo en relación al arte online, tal vez no se trate de ser leídos, sino de poder ser leídos, de que las obras estén disponibles.
Y en ese poder ser leídos, está la potencia de terminar: no es para demostrar, o para cerrar, sino para abrir. Cerrar es abrir, terminar es hacer lugar. Terminar es, en el fondo, empezar.
Una propuesta para hoy
¿Hay alguna obra, texto, idea o experimento que tengas a medio camino?
Probá esto: elegí uno y decile internamente “ya está”.
Como si la obra misma te lo pidiera.
No hace falta publicarlo, pero sí entregarlo.
Declararlo terminado.
Liberalo del mandato de darte sentido.
Dejalo ser.
Y pasá a lo siguiente.
*
Para profundizar en el tema de la importancia de terminar las obras, te invito a leer este artículo más extenso en mi blog:
+
También te invito a leer este cuento que escribí… ¡en 2015! Y publiqué hace unos días en mi blog.
Las recomendaciones del Espectador Inquieto (x2)

Juan José Saer
Hace dos días se cumplieron 20 años del escritor santafecino Juan José Saer. Si no lo leíste, te recomiendo empezar por algunos de sus cuentos.
La literatura de Juan José Saer despliega una mirada minuciosa y envolvente sobre lo real, capaz de detener el tiempo y volverlo materia sensible. En sus cuentos, lo cotidiano se vuelve extraño, el pensamiento se entrelaza con la percepción, y cada gesto se carga de densidad. Leer a Saer es entregarse a una experiencia lenta y aguda, que afina la atención y nos invita a habitar lo invisible. Ideal para quienes buscan una literatura que no solo narra, sino que piensa. La lectura como un experimento perceptivo.
Te recomiendo empezar por los cuentos La tardecita, Manos y planetas, El hombre no cultural. Subí algunos a la carpeta donde subo textos recomendados:

Diamond island
Diamond island (Davy Chou, 2016)
Diamond Island es una película que trabaja con una percepción suspendida, donde cada plano parece demorarse en lo que otros relatos apenas rozarían. A través de una mirada contemplativa y una puesta en escena bañada en neón, Davy Chou retrata la vida de jóvenes obreros en una Camboya que se moderniza a velocidad desigual. Más que una historia lineal, la película ofrece una experiencia sensorial, donde el tiempo se estira y la atención se afina: los gestos, los silencios, las luces artificiales y los cuerpos que esperan se vuelven el verdadero centro. Como en los cuentos de Saer, lo visible es apenas una capa, y lo esencial se juega en lo que vibra por debajo.
El link que encontré para esta película tiene solo subtítulos en inglés. Para verla con subtítulos en español, está en Mubi.
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