- Todo es materia prima
- Posts
- Todo es materia prima # 39
Todo es materia prima # 39
No sientas tanto
Lucidez es saber jugar con lo que hay
En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. No sientas tanto (o las linternas de lo imposible)
3. Próxima masterclass gratuita 5 de julio!
4. Las recomendaciones del Espectador Inquieto
5. Link a entregas anteriores + Descargable gratuito

¿emoción o neurosis?
A veces, no solo en el mundo del arte, confundimos sentir con revolcarnos; como si estar en contacto con las emociones implicara dejarnos arrastrar por ellas —por ellas o, más bien, por una idea sobre ellas. Como artistas (podríamos decir, como seres humanos, pero hablemos por lo pronto de los humanos artistas), necesitamos una relación lúcida con lo que sentimos. Lúcida y lúdica. Porque sí: somos sensibles, quizás muy sensibles, y esa sensibilidad es tanto un don como un desafío. Necesitamos lucidez para jugar. Lucidez es saber jugar con lo que hay.
En un contexto cultural que nos empuja a producir, rendir, demostrar, la invitación a “sentir más” puede ser una forma sana de compensación y, sobre todo, un recordatorio de que no somos solamente máquinas de mérito. Pero si no afinamos la escucha, ese mismo “sentir más” puede convertirse en una coartada para no hacer. Para no avanzar. Para eternizar un estado emocional en una burbuja de relatos —una identidad.
No estoy diciendo que haya que evitar lo que sentimos. Estoy diciendo que hay una diferencia entre sentir tristeza y convertirnos en “alguien triste”. Hay una diferencia entre 1. atravesar una emoción, y 2. quedar enganchadxs al relato generado a partir de la emoción (alguna variante del “esto no debería haber pasado”). Una cosa es ver un tigre y sentir miedo (ese miedo sirve para sobrevivir) y otra cosa es imaginar un tigre y sentir miedo (ese miedo sirve para sufrir). Sufrir es intentar sobrevivir innecesariamente.
Para sobrevivir colectivamente, los humanos necesitamos creer en quien venía de lejos a avisarnos que se acercaba un tigre. “Se acerca un tigre” es un relato. Si es verdad que se se acerca un tigre, pero no creemos en quien nos cuenta la historia, nos devoran, perdemos el juego. La confianza en la veracidad de las historias es necesaria para nuestra supervivencia. A la vez, es lo que genera todo tipo de complicaciones. Cuando el lobo ya no está, seguimos contando que sí.
A diferencia de los otros animales, no necesitamos percibir físicamente al lobo para temer. Eso tuvo (y tiene) su evolutiva razón de ser. Pero… La ficción es poderosa… Y nos quedamos agarrados de esas historias que hace tiempo nos sirvieron para prepararnos y salvar el pellejo; hacemos identidad en esas historias, y cargamos, con orgullo, las etiquetas de un viejo terror. Si los animales pelean por instinto, los humanos peleamos por exceso de imaginación.
Cuando arrojamos bombas al de enfrente, entre otras cosas estamos intentando no mirar, de frente, a las imágenes mentales y las ficciones que nos hacen temerle. Atacamos al de enfrente para no mirarle de frente.
En el artículo “No sientas tanto (o las linternas de lo imposible)” intento pensar esa trampa: la trampa de creer que el sentir, por sí solo, es sagrado. La trampa de no reconocer la ficción que gatilla el movimiento emocional. El sentir, como todo, necesita ser situado. A veces, lo que creemos estar sintiendo es solo la reacción a un viejo mapa emocional que se activó por reflejo. Una idea que se disfrazó de emoción. Si nos dejamos llevar por ese impulso, es fácil entrar en el túnel del sufrimiento innecesario. El sufrimiento innecesario no nace de un dolor real sino del ego herido, que se protege, que no quiere transformarse. Es ese ego que rehúye al cambio quien arroja las bombas a la diferencia.
Uno de los grandes desafíos del camino creativo es sostener la conexión emocional, pero sin entregarle el volante a las emociones. Saber cuándo escuchar y cuándo accionar —si para escuchar necesitamos detenernos, la pregunta es ¿cuánto detenernos? ¿Podemos accionar escuchando y escuchar accionando?
Detenernos a escuchar lo que estamos sintiendo no significa identificarnos emocionalmente con las ideas que cruzan nuestro campo mental. Detenernos a escuchar lo que nos pasa también es detener la identificación con lo que estamos pensando —ver cómo los pensamientos pasan. Detenernos es detenernos a ver lo que pasa; pero, para ver lo que pasa, hay que dejar que pase. Si no lo dejamos pasar, no podemos verlo. ¡Los pensamientos están hechos para pasar! Detenernos es reconocer cómo nos venimos agarrando de lo que creíamos que nos estaba pasando. Detenernos es reconocer que estábamos siendo movidxs por una ficción (si se quiere, una película).
En una línea difícil de traducir, el Tom de El zoo de cristal, la obra de teatro de Tennessee Williams, dice “people go to the movies instead of moving.” La traducción sería: “la gente va ver películas en lugar de moverse”, pero la forma de decir “películas”, en este caso, es “movies”, que es una forma cotidiana e informal de decir películas, y que, literalmente, significa algo así como “movientes” o “movedizas”. Tom es un joven encerrado en una vida familiar frustrante y triste que quiere salir a la aventura. Todas las noches, dice a su madre que va al cine (no sabemos si es del todo cierto) porque le gustan las aventuras. Pero, en una conversación con un amigo, confiesa que se cansó de ver a los actores de las películas teniendo aventuras —quiere tenerlas él. Se cansó de ver a otros moviéndose, quiere moverse él. Quiere dejar de ser ese espectador aquietado por el espectáculo narcotizante de la cultura productiva (entre otras razones, el cine nació como forma de descanso y entretenimiento de los obreros, una suerte de breve carnaval que les permitía, y les/nos permite, volver a trabajar y producir). Como dice Noël Burch, para llevarnos de viaje el cine nos inmoviliza. (Para más sobre este tema, te invito a conocer mi proyecto El espectador inquieto).
El cine es potente porque exterioriza un proceso que ocurre al interior de nuestras mentes. Cuando, en la sala de nuestras propias mentes, podemos reconocer que lo que pensamos es una proyección de ideas e imágenes sobre una pantalla, tenemos la posibilidad de des-identificarnos de lo que ocurre en esa pantalla. Oh, no éramos esas imágenes mentales. Oh, esta situación no es realmente lo que YO pienso de ella. Cuando nos descubrimios también en las butacas, y no solo en el interior de la película, ganamos distancia y la distancia es espacio de juego.
Cuando reconocemos espacio de juego, podemos hacer algo con todo eso que pensamos y sentimos. No es que tengamos que hacer algo con todo lo que nos pasa por dentro, pero manipular nuestro mundo interno y crear obras nos permite ganar distancia estética, sacudir la anestesia de la identificación no cuestionada con lo que creemos estar experimentando, descubrir algo nuevo. Pasar a la acción nos permite descubrir nuevas maneras de ver lo que ocurre.
Crear no es solo tener ideas o emociones intensas: es darles cuerpo, es hacer algo con eso. Dar forma implica aceptar que nunca vamos a poder traducir el todo. Siempre algo se pierde. Siempre algo queda afuera. Pero esa pérdida no es fracaso, es condición de posibilidad. La obra terminada no encierra el misterio, lo señala. La forma no limita, abre.
La experiencia estética más profunda, pienso, no es la que nos da certezas sino la que nos recuerda que hay zonas del mundo —y de nosotros mismos— que no pueden conocerse. Como decía Don Juan, hay cosas imposibles de conocer. Y ahí, justo ahí, es donde el arte encuentra su poder más sutil. Mientras la ciencia quiere iluminar, el arte, a veces, sólo quiere acompañar la sombra. No para rendirse, sino para aprender a mirar en la oscuridad. Entrar a esa habitación no para iluminarla toda, sino para descubrir el rincón imposible de iluminar. Ese rincón donde se esconde lo que más nos transforma.
Es por eso que necesitamos terminar nuestras obras. No por obsesión con la productividad, sino porque solo cerrando algo podemos realmente abrir otra cosa. Solo terminando una obra podemos ver de qué estaba hecha. Solo al concretar, al pulir los bordes, al terminar de armar esa linterna, podemos apuntar con claridad hacia el misterio que queríamos tocar desde el principio.
Terminar duele. Porque transformar duele. Pero no terminar, también duele; nos deja en el limbo de las ideas hermosas que nunca pasan al cuerpo. Muchas veces, no terminamos no porque no sepamos cómo, sino porque no queremos atravesar esa transformación. Porque, en el fondo, sabemos que una vez terminada la obra ya no podremos seguir siendo quienes éramos.
La creación artística no es sólo inspiración: es también coraje. Es ese gesto de avanzar hacia lo desconocido aun cuando nos aterra. Es la decisión de valorar ese terror. El terror de no saber del todo quiénes somos. Porque, en gran medida, creamos arte para dejar de ser solo lo que somos —lo que creemos ser. El ego se resiste a que reconozcamos que no somos solo ego. Por eso a veces hace falta ponerse un poco samurai. Tomar decisiones. Cortar con la compulsión de sentir sin pausa, de identificarse ininterrumpidamente con la corriente de pensamientos incesantes. Pasar a la acción, a lo concreto. Porque sentir no es lo opuesto a accionar. Sentir también es una forma de avanzar. Avanzar es solo transformarnos.
Así que no, no se trata de no sentir. Pero sí, a veces, se trata de no sentir tanto, tan irreflexivamente. Al menos no sentir de una forma que nos paralice. Que nos encierre. Que nos convenza de que la sensibilidad es un lugar donde quedarse, en vez de un punto de partida para crear.
*
Para profundizar en lo anterior, te invito a leer mi nuevo artículo:
*
Próxima Masterclass Gratuita
Sábado 5 de julio 14hs (hora Argentina)
Por ZOOM
Agendate!!
Hablaremos de PROCRASTINACIÓN y de la importancia de terminar tus obras!
Para participar, SUMATE A ESTE GRUPO
Las recomendaciones del Espectador Inquieto

Unas pocas palabras, un pequeño refugio (Kenneth Bernard)
Este es uno de mis libros favoritos. Lo leí un millón de veces. Son relatos breves muy curiosos. Combinan de manera muy singular una textura muy cerebral con otra muy emocional. Pasan de las ideas a los sentimientos con una ligereza y una gracia insólitas. Pequeñas, minúsculas aventuras familiares, pequeños y minúsculos experimentos perceptivos, zoom in en tonterías que se revelan existenciales, humor.
En la carpeta de textos recomendados comparto el primero de los cuentos, sobre una pareja que sale a caminar y no coincide con la velocidad: ella quiere ir rápido, salvar distancias; él quiere ir lento, observar detalles. Dos metafísicas en conflicto.
*
¿Te gustaría colaborar con mi trabajo?
Gracias!
¿Qué pasa cuando nos interesamos
por lo que nos pasa?
Si este newsletter te aportó algún valor, si te inspiró o dio algo que puedas valorar, ¿te gustaría compartirlo con alguien que también pueda recibir inspiración y herramientas?
Hasta el viernes próximo!
Gracias!!!
Jada
Reply