Todo es materia prima # 42

La reina imperfecta

¿Es el humano un animal exagerado?

En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. Grabación masterclass (hasta mañana sábado!!!)
3. El Espectador Inquieto recomienda
4. Link a entregas anteriores + Descargable gratuito

Lady Gaga

Me senté con un Fan de Lady Gaga a ver su concierto de Copacabana. El Fan estuvo ahí, de pie en la playa, unas 20 horas (la espera + el concierto), frente al mar, frente al hotel millonario, frente a ese escenario descomunal, frente a ese show excitante, dentro de un fenómeno humano complejo.

Vimos los primeros temas. Algo en Gaga y su ópera fastuosa me atraía, pero sobre todo, me aparecían preguntas sobre el detrás de escena. ¿Cuánto ensayaron? ¿Cuánta gente había en la playa? ¿Esta canción es nueva? ¿Habrán disfrutado del proceso de ensayos?

¿Por qué no dejaba de observar los hilos y me sumergía, con simpleza, en el show?

¿Qué sería esa simpleza compleja con la que (o por la que) nos sumergimos en una propuesta estética?

Hacía días que el Fan me había mandado el link para ver el concierto, pero yo todavía no lo había abierto. Cuando nos encontramos, me lo propuso de manera chistosa:

—¿Estás para que te evangelice?

Ya se ha hablado de los fenómenos de la cultura pop como nuevas formas religiosas —y uso esa palabra en su sentido más literal: religión como lo que nos religa, nos une. De lo más importante que tiene la religión organizada es el fenómeno de la congregación: así como un Dios determinado funciona de excusa para el encuentro, también lo hace una estrella pop.

Como un Dios, una Estrella es una proyección a la Distancia. Un Ser intocable, diseñado para admirar y así, en el proceso proyectivo de la admiración, con suerte descubrir algo sobre uno mismo; y sobre lo que nos reúne.

Siempre me costó pertenecer.

Pero estoy aquí.

Una de las bellezas particulares de Gaga es que, justamente, congrega a lxs diferentes, los monstruos de la sociedad, la tribu queer, una belleza extraña, imperfecta, la cultura pop también llevada a los suburbios desordenados y sucios del alma.

Una Reina Imperfecta, una reina freak.

Como fuera, me asustaba no estar a la altura del entusiasmo del Fan, que me acompañaba en la experiencia de Copacaban. Uno de sus primeros comentrios:

—La vi un millón de veces y me sigue conmoviendo.

No diría que me estuviera conmoviendo. No todavía. Las coreografías de la música pop no suelen interesarme tanto, aunque sí, había algunos detalles que me cautivaban: unas polleras amarillas, por ejemplo. La seriedad extrema de los bailarines, sobre todo, no sé por qué, los varones, la seriedad subrayada con la que hacían cada micro-movimiento, por alguna razón, me molestaba. Como si todo fuera importante, muy importante. Una calidad melodramática en el gesto.

¡La ópera, un ballet que se sabe importante, algo así!

Cuando la música y las luces se pusieron demasiado estimulantes, frenamos. Pasamos para más adelante y vimos un tema tranquilo. En un momento, Gaga bajaba del escenario y caminaba cerca de la valla; entraba en contacto con los fans de la primera fila, los que, por estar en la primera fila, suponemos, serían los más fans —¡cuántas horas habrán esperado esos primeros fans de la primera fila!

Los fans, los devotos, el Pueblo de Gaga.

Un rato antes, por otras razones, habíamos hablado del nombre Isabel. Yo me había preguntado por qué traducen el nombre de la Reina Elizabeth como Isabel. Entonces, viendo a Gaga recorriendo la valla, tocando a sus devotos de la primera fila, recordé una escena de La reina, la película con Helen Mirren en el rol de la Reina de Inglaterra, en el momento en que ella, después de resistirse a hacer una aparición pública tras la muerte de Lady Di (algo así como su Némesis), sale del palacio de Buckingham y se encuentra con su Pueblo. El Pueblo que la esperaba, así, de pie, como se espera un símbolo.

(Símbolo, lo contrario Diablo, es lo que reúne).

—Es como una reina —dije, viendo cómo Lady Gaga, con sus rosas negras, se paseaba frente a su Pueblo de monstruos devotos.

—Ella es una reina —dijo el Fan, que, además de fan, es una persona muy sensible a los movimientos inconscientes del colectivo, por no decirle, simplemente, “astrólogo”—. Representa al arquetipo de la Reina.

Cuando escuché eso, me puse a llorar. Fue como un estallido, el mismo que tuve, en el cuerpo, cuando en el segundo episodio de La Corona el secretario le dice a Claire Foy (que interpreta a la joven Lilibeth en el momento en que su padre, el Rey, acaba de morir), digo, el secretario, le dice, a Elizabeth, que todavía no es la Reina, le dice, por primera vez, “Su Majestad”, y ella, tomada casi de espaldas, en ¾, se detiene, como si su cuerpo recibiera el impacto, por primera vez, de la carga simbólica acumulada en el vocativo.

—Su Majestad.

Su majestad, y con el nombre una vida humana, enterrada bajo el peso no de la Fama sino del Significado.

El eje temático de La Corona, la serie de Netflix, es la oposición entre el deseo (humano) de Lilibeth, y el deber (divino, político) de Elizabeth Regina (la reina). La persona humana debe sacrificarse ante la necesidad colectiva de proyectar, sobre ella, un valor simbólico.

Según el Fan, uno de los temas principales del disco de Gaga es el de la fama y la celebridad. En una entrevista, ella cuenta algo así como que todavía está amigándose con haber decidido entregar su vida a esa suerte de servicio popular. Concretamente, Gaga no puede pasear tranquila por la playa de Copacabana.

Hay vidas que son tomadas, a un nivel extremo, por su función en la trama colectiva.

Artistas, políticos, jugadores de fútbol, los científicos parecen estar más a salvo.

¡Que extraño fenómeno el de la divinización de los seres humanos!

(Ver el libro Las Stars de Edgar Morin, donde se estudia el fenómeno de las “estrellas” del espectáculo).

Necesidad psíquica de la especie… Por ahora, al menos.

Una pregunta podría ser: ¿por qué el artista es una figura tan dada al estrellato?

Tal vez los músicos estén en la cima; en segundo lugar los actores de cine. Cualquier profesión puede ser, digamos, estelarizada, pero algunas son más dadas para el fenómeno.

“Toda participación afectiva es un complejo de proyecciones e identificaciones.”

Edgar Morin

El Fan me dio la mano.

Lloré.

Despúes, él me preguntó qué me había emocionado tanto.

—No sé —dije—, no es solo lo del arquetipo de la Reina. Por alguna razón, Gaga me conmueve, me conmueve su fragilidad, me conmueve que su vida se haya entregado a cumplir ese rol social, me conmueve que tantas personas proyecten tanto en ella y, sobre todo, que no se den cuenta, me conmueve el fenómeno, me conmueve que tantas personas vivan el fenómeno sin reflexionar sobre él.

—Entiendo.

—Es diferente, vos estabas ahí, sumergido en el fenómeno, pero a la vez podés comprender algo de lo que está pasando, podés ver que el fenómeno es de naturaleza psíquica, profundo, antiguo.

Mi relación con Gaga es de simpatía, pero para nada de fanatismo. Cada tanto la escucho, solo algunos temas. Hay algo de ella, como ser humano más que como artista, que me conmueve. Hace unos años vi un documental de una de sus giras. Gaga contaba de su problema en los músculos, creo que era en los músculos, le hacían masajes, tomaba baños de agua fría, un borde complejo entre el deseo y el deber, ¿el cuerpo que le decía algo?

Uno de los grandes valores del concierto de Copacabana fue que se trataba del retorno de Gaga a Lationamérica después de 10 años. En un momento conmovedor (sí, que se suponía, se sabía, conmovedor, como si en el fondo hubiera un acuerdo tácito, cómplice, ritual, sobre la importancia de lo que estaba ocurriendo), desde un balcón, un balcón casi político, y con un chico de remera blanca traduciendo al portugués, Gaga explicaba que no había vuelto en 10 años porque había estado sanando, y agradecía, a sus fans de Brasil (en uno de esos gestos populares que son hermosos y a la vez rozan cierta demagogia, pero que tal vez no sea demagogia sino un acuerdo complejo de transferencias psíquicas, o quién sabe), agradecía, digo, que la hubieran esperado. Ahí, en ese balcón, una vida entregada a una función social peculiar, podríamos decir: extrema.

Como es, quizá, extrema, la función de un cuerpo humano dedicado a la política; sobre todo, si hablamos de los grandes cargos. ¿A qué vida le toca ser presidenta de un país? ¿A qué vida le toca ser la Reina? Hay algo insondable en el destino de las almas. Pero todxs estamos cambiando al mundo —diría que con cada gesto.

Y la pregunta es: ¿cuánto disfrutamos cada gesto?

O, más que cuánto, cómo.

¿Qué es disfrutar? ¿Qué significa estar vivxs?

Tal vez el del disfrute no sea un problema de cantidades, sino de grados de atención. Si la política es algo así como una avalancha de decisiones desesperadas que buscan emparchar siglos de historia pinchada, ojalá el arte fuera, al menos el arte, y al menos por momentos, una forma más despaciosa de procesar la experiencia, de poner un pie fuera de la corriente de reacciones encadenadas milenarias, la posibilidad de observar la inercia dramática de la civilización desde los márgenes, la posibilidad de recordar que somos también aquellos márgenes, una zona insondable y fresca del existir, un por-qué más misterioso que no responde a identidades en conflicto y metralleta.

Si Pascal decía que todos nuestros problemas se derivan del hecho de que no podemos sentarnos tranquilxs en una habitación sin hacer nada, Borges, tomando una idea de la tradición judía, escribía que quienes salvan al mundo son las personas invisibles, esas que, en su casa, tal vez a solas, acarician un animal dormido o disfrutan una página de Stevenson.

O intentan justificar un daño que le han hecho.

En el fondo, pienso, todxs estamos salvando al mundo.

Los invisibles, las más visibles, qué importa.

Todxs estamos salvando al mundx. Lo que es lo mismo que decir: nadie está salvando nada.

¿Salvar?

¿Heroísmo?

Me pregunto si no será algo de eso, algo de esa solemnidad heroica, lo que leía en esos rostros compenetrados y en esos gestos subrayados, esos, los de los bailarines de Gaga.

Me pregunto si no hay cierta solemnidad heroica en esas formas de arte. Un ritual secular (¿una poesía pagana?) que nos envuelve en mares de emoción colectiva, excitante, revoltosa, profundamente humana y, por lo tanto, casi exagerada.

¿Es el humano un animal exagerado?

La pasión por los millones, la playa llena, lo grandioso.

Tal vez fuera ese heroísmo grandioso lo que me molestaba.

Y la molestia, por suerte, como lo que me lleva a reflexionar.

Más que una queja, busco una curiosidad.

Si algo te expulsa de una experiencia, podés preguntarte por qué.

Por alguna razón, los momentos que más me conmueven de Copacabana son esos en que algo del aparato estético se desarticula y Gaga, desarmando un tanto la pose de Artista Divino, una Lady Di-vina, pero francamente humana, gesticula, embarrada, como un monstruo bajo que de pronto reconoce la locura de la que está siendo parte, y agradece, duda, se conmueve.

¿Cuáles son los bordes entre el deseo y el deber?

La paradoja del artista: aparecer para desaparecer.

Un show de egos y almas.

Una loca danza colectiva.

Hasta mañana sábado se puede ver la grabación de la masterclass del sábado pasado “Todo Es Materia Prima (el mensaje de la procrastinación)”. Estuvo buenísima! No te la pierdas!

El Espectador Inquieto recomienda…

Adèle Exarchopoulos y Franz Rogowski

Pasajes (Ira Sachs, 2023)

Incomodidad y a la vez placer. Un placer en el mirar. Algo con los tiempos, los colores, los movimientos de los cuerpos en el plano, la ausencia de música y la sutileza de lo que sucede entre los personajes. Algo en la actuación, un magnetismo. La película se toma tiempo para la minucia expresiva.

Fue mi primer encuentro con Franz Rogowski, que me hizo pensar esto: hay actores que son cuerpos, o vidas, nacidas para actuar; esos cuerpos, esas vidas, que parecieran venir ya atravesados por la historia humana.

No digo que no haya técnica o pericia en el oficio, pero me da la impresión, con algunos actores y actrices, de que traen algo ya dado. Como si al verles en la pantalla, o sobre el escenario, se me hiciera claro: nacieron para actuar.

La escena con los padres de Agathe es impresionante, la reacción de él, el hecho de que se vaya de la mesa, pero aun así vuelva, la decisión de no tirar contraplanos a lo pavote, la madre que reconoce su torpeza, el padre que queda sin plano y sin idioma.

Otro momento sublime: noche en la cama de ellos dos, corte al mismo plano, pero ahora es de día, Franz sentado en primer término eclipsa a Ben, que está más atrás. Discuten, casi no les vemos la cara, una luz, la sutileza de lo que se dice.

Por supuesto, la importancia de que la narración, y el actor, no juzguen al personaje, sobre todo en sus momentos de mayor egoísmo y sus decisiones claramente infantiles. Los personajes tienen una curiosa forma de ser a la vez infantiles y maduros. La película tiene una calma que me hizo pensar en las de Mia Hansen-Love.

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