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Todo es materia prima # 50
¿Puede la profundidad ser expresada?
¿Qué pasa si me pienso como un personaje de ficción?
En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. Próxima masterclass 10 de septiembre
3. Comienza el programa de escritura “Mapas imposibles”
4. ¿Puede la profundidad ser expresada? (Artículo)
5. El Espectador Inquieto recomienda…
6. Una entrevista que me hicieron en un podcast
7. Link a entregas anteriores + Descargable gratuito

Los chicos
En estos días, dos preguntas:
1. ¿Puede la profundidad ser expresada?
2. ¿Puedo disfrutar cuando estoy en modo supervivencia?
A la segunda, habría que agregarle:
3. ¿Qué es disfrutar?
Hay días que nos gusta, simplemente, llamar días de mierda. Sin pelos en la lengua, decimos:
—Qué día de mierda.
No es necesariamente una queja, muchas veces es una revelación.
En lo personal, ponerle nombre a la mierda suele permitirme jugar.
¿Qué es jugar?
Reconocer que no soy víctima de una situación, saber que tengo espacio para moverme—para mirar la realidad de otra manera.
Incluso mirar la mierda de otra manera.
Hablando de mierda, ayer mi pequeña Cuki, que viene vomitando desde hace varios días (en un rato la llevaré a la veterinaria), se quedó con un poco de sus deshechos atorados en la pelambre de la retaguardia. Intenté sacarle algo, pero para hacerlo tuve que agarrarla del rabo y soportar su griterío. La dejé afuera unas horas para que se secara al sol; casi desesperado, pedí ayuda.
—Solo es un poco de caca —me recordaron.

Cuki
Ahora mi pequeña duerme sobre unos diarios viejos—había que proteger el sillón. Como en Belleza americana, ¿recuerdan? Cuando esa pareja desvencijada pareciera tener la posibilidad de recuperar la chispa, Annette Benning interrumpe la pasión porque se asusta con la posibilidad de que el vino manche su sofá.
No es que disfrutar implique necesariamente manchar el sofá con vino. No es que disfrutar implique tomar vino; pero a veces, o casi siempre, disfrutar sí implica desatorarnos de los relatos con los que entendemos, y fijamos, una situación.
—Esto es una caca —decimos, cuando lo que en el fondo quisiéramos decir es:— Esto no debería estar ocurriendo.
Y tal vez de eso se trate simplemente el disfrutar. Tal vez disfrutar no sea más que el resultado de una ausencia, la maravillosa ausencia de la idea de que esto no debería estar ocurriendo.
—Esto está ocurriendo —dice el poema—, pero esto no es lo que crees que es.
Ni bien escribo la oración anterior, mi respiración se vuelve más. Inhalo y pum, al derramarme, algo se alivia—una semana de microscópicas tensiones psicológicas.
Ayer en la ducha pensé:
—Estoy ansioso.
Dar nombre a mi ansiedad generó una detención en el proceso de identificación. De pronto no era yo, ya, el personaje ansioso sobre el escenario. De pronto, también, era yo, ya, el espectador en la butaca.
—Oh —agregué—, estoy ansioso.
Y notemos que el oh—que debería escribirse con un signo de admiración (oh!), o en verdad dos, porque, vamos, en castellano se usan los dos (¡oh!)—, digo, notemos que el oh agrega a la afirmación un tono de sorpresa, de asombro, acaso de reflexión.
Lo siguiente fue un natural escaneo de mi situación actual, y una subsiguiente asunción de la lógica de mi ansiedad.
Detrás de toda ansiedad, debe haber alguna lógica—un relato, un mapa de las cosas.
—Claro —me dije, sopesando mi vida—, ¿cómo no voy a estar ansioso?
Lo que equivale a decir:
—¿Cómo no voy a estar en modo supervivencia?
Nombrarlo:
—Estoy en modo supervivencia…
Nombrarlo, digo, me permite, digamos, cierta distancia. Y podemos agregar a esa distancia un adjetivo: estética.
Una distancia estética.
Como dice Ticio Escobar en su libro Aura latente, la distancia estética es lo que nos permite jugar con el material. Uno puede hacer arte con todo, dice Escobar, en tanto pueda forjar esa distancia en relación al material. Entonces, otra vez, la vieja pregunta: ¿qué pasa si tomo distancia de mí?
¿Qué pasa si me pienso como un personaje de ficción?
—Ah —me digo—, ¡para eso la ficción!
La ficción como la posibilidad de jugar… De jugar con las ficciones, de jugar con la realidad. La ficción como posibilidad de juegar con la realidad de la ficción. ¡El trabalenguas humano!
Si en la vida cotidiana nos organizamos—por no decir, nos encerramos—en ficciones, en esa otra vida, acaso extracotidiana, que llamamos arte, nos podemos, más que organizar con ficciones, des-organizar con ficciones.
La ficción para desorganizar la ficción.
La ficción para agregar un ¡oh! a cada frase de experiencia.
La experiencia está hecha de frases.

Cuki y Toto
La experiencia está hecha de oraciones.
Como decía el otro día en mi masterclass sobre el arte de la ficción (que, a propósito, repetiré el próximo miércoles 10 de septiembre), parafraseando a Jada: un mismo día narrado con oraciones cortas o con oraciones largas no es lo mismo.
La misma situación, narrada con oraciones cortas o largas, no es la misma situación.
¡Y qué suerte que no lo sea!
—¡Oh, que suerte que no lo sea!
Hace poco leí que los pájaros, cuando sienten peligro, no cantan. Recomiendan por eso el sonido de los pájaros cantando, para ayudar al sistema a sentirse fuera de peligro.
Escribí la palabra sistema sin pensar y al terminar la oración tuve que volverme sobre mis pasos para inclinarla. Inclinar la palabra. ¿Por qué? Creo que me llamó la atención que solo escribiera sistema y no sistema nervioso. Al dejar al sustantivo solo, obtuvo la ambigüedad que el adjetivo tiende a anular: sistema puede referirse al aparato individual, pero también al social.
—El sistema —decimos, para quejarnos de esa maquinaria colectiva de relatos políticos.
¿Qué es un relato político?
Uno que pretende organizar o reorganizar las dinámicas vinculares del colectivo.
La pregunta es: ¿hay algún relato que no sea político? Es decir, ¿no es todo relato una manera específica de relacionar elementos—de entender la interconexión dinámica de un conjunto de elementos?
Mi definición básica de política: creación y recreación de los modos en que percibimos y nos relacionamos. Aclaro: no solo cómo nos relacionamos entre los seres humanos, sino también, y tal vez sobre todo, con las situaciones.
No me parece excesivo afirmar que el cambio de actitud que tuve ayer ante la caca de Cuki fue un acontecimiento político. No me parece ridículo proponer que lo que tal vez necesitemos los humanos tenga mucho que ver con este cambio de actitud ante la caca.
No sabemos qué hacer con la mierda porque no sabemos qué es la mierda. Somos animales adictos a la idea de deshechar y así nos inventamos enemigos donde no los hay.
Mientras Cuki duerme en su sillón de diarios viejos, una flotilla de civiles temerarios se acerca a Palestina con la intención de fisurar el bloqueo de Israel. Un gesto concreto (llevan alimentos, entiendo), pero tal vez más bien simbólico. Miles de vidas como resultado de una incapacidad de reconocer la identificación con un relato de las cosas. No son los mapas, sino nuestra adicción a los mapas, lo que nos está matando.
Ayer vi un video de un empresario de inteligencia artificial que, entendí, es el creador de los sistemas de detección y rastreo que permiten a los ejércitos apuntar, seleccionar y matar. Al parecer, esos son los sistemas que está usando el gobierno israelí para matar palestinxs. Alguien del público le gritaba al empresario:
—¿Cómo puedes dormir de noche?
El empresario se incomodaba en su asiento; después, se defendía diciendo que las personas que él ayuda a matar son, en su mayoría, terroristas.
Me dio mucha tristeza.
No supe qué hacer con esa tristeza.
Supongo que no tengo que hacer nada con ella—con la tristeza.
Supongo que está bien sentir dolor.
Supongo que está bien escribir ese dolor.
Escribir desde el dolor, escribir hacia el dolor.
Escribir para explorar (investigar) el dolor.
Hay cosas que no sabemos cómo procesar. Muchas veces, por no saber procesar (por no darnos tiempo para procesar), peleamos. Pelear siempre es una opción, aunque no es, de entra las opciones que tenamos, una de las más sustentables. Siempre podemos, además, hacer arte.
Hace tiempo decían:
—Hacer el amor y no la guerra.
Hoy ya no sabemos bien qué es el amor, pero siempre podemos hacer arte.
No arte como forma de propaganda.
Arte como forma de ¡oh!
No diría de recuperar asombro, porque ¿dónde se supone que lo perdimos? Digo, más bien, arte como forma de crear asombro.
Crear distancia, no distancia intelectual para ponernos sobre las cosas, sino distancia estética, para ver las cosas por primera vez. En lugar de dejarnos llevar por la urgencia de defendernos de la supuesta amenaza que pareciera representar la etiqueta que pusimos sobre el otro, podríamos abrirnos al asmobroso milagro de su novedad.
La última oración parece retorcida, pero lo retorcido es eso que llamamos historia humana—una carrera de ataques y defensas siempre en contra de lo que creemos conocer: el enemigo, algún enemigo, el monstruo de turno.
Una pátina de lava vieja y reseca cubre nuestros ojos.
El ego es un mapa arrugado.
El ego es un niño arrugado.

El viejo niño arrugado sigue al comando de la nave, tomando decisiones desesperadas ante una realidad que lo invita a reconocer la obsolecencia de sus viejos diagramas del mundo.
La poesía es esa fuerza que des-arruga el mapa, o más bien termina de hacerlo un bollo, para que no nos quede más opción que levantar la mirada. La poesía, el arte, nos fuerza a despegar los ojos de ese viejo mapa de batallas petrificadas, para encontrarnos con esa realidad fresca que podemos llamar, por qué no, el Océano de Todos los Asombros.
Maturana hacía la pregunta:
—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
A veces usamos esa pregunta como un reto. La imagen de un padre diciendo al niño:
—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
Como diciendo:
—Estás haciéndolo muy mal.
Pero la frase puede ser leída literalmente:
—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
—Oh —podemos responder, y quedarnos en silencio, desconcertadxs ante el milagro de ese darnos cuenta.
Oh, estoy ansioso, proyectando escenarios desastrosos al futuro inexistente.
Oh, estoy molesto, dando demasiado peso al hecho pasajero de que mi gata tenga un poco de caca bajo el rabo.
Oh, estoy preocupado, porque no puedo parar de escribir este newsletter y no voy a llegar a horario a la veterinaria.
Mandar al niño arrugado, que tenía desplegado su viejo mapa sobre el parabrisas del coche, cubriendo por completo la visión, al asiento de atrás. No se trata de eyectar al ego fuera de la nave (si lo hacemos, volverá con barro y furia), se trata de recordarle que su lugar, como el de los niños, es el asiento de atrás. Despejar la visión y decir OH.
Decir OH como dicen OH los personajes de los cuentos en el momento de la revelación, ese momento de iluminación profana en que el ego se queda sin palabras, en que el narrador ya no sabe cómo continuar su historia y la prosa tiene que asumir que ha llegado al acantilado—la prosa, que galopaba hacia algún lado, con la idea de llegar, adonde fuera, de pronto se interrumpe en el desconcierto del puro existir y cae como un verso, que deja espacio en blanco para que la lectura recorra el vacío de la página, creando sus propias alucinaciones poéticas.
¿Será que para eso escribimos (y leemos) ficción?
La ficción como excusa para el acontecer de lo poético.
El encuentro con ese algo más que tiene el poder de desarmarnos—literalmente, desarmarnos.
La poesía como forma de desarmarnos.
La poesía como forma de dejar de pelear—con los otros, con las circunstancias, con la vida.
¡Ay, la poesía!
¡Oh, la poesía!
En la masterclass gratuita del miércoles 10 de septiembre exploraremos estas ideas y veremos algunas herramientas para crear una ficción que busca la poesía—el Acantilado. Si te interesa la ficción y sobre todo si escribes ficción, ¡este es tu mapa imposible!
¡NO TE LA PIERDAS!
La masterclass se llama
“Mapas imposibles (el arte de la ficción)”
y CUIDADO, porque si te animas,
¡estás en peligro de cambiar tu mirada y tu arte!
Para participar de la clase, sumate a este grupo HACIENDO CLICK AQUÍ.

Mapa de “La saga de los confines” de Liliana Bodoc
Y si te interesa investigar, te cuento que el 13 de septiembre empieza el programa de 3 meses MAPAS IMPOSIBLES, donde vamos a explorar más a fondo y estudiar para que puedas dar más profundidad a tu escritura de ficción. Es un programa super completo con clases grabadas, teóricas y prácticas, con consignas para disparar tu escritura, con encuentros en vivo todas las semanas, con espacio de acompañamiento, con materiales de estudio y lectura, etc.
Para conocer el programa, CLICK AQUÍ.
Gracias por leer!
Ah, y sobre la primera pregunta…
¿Puede la profundidad ser expresada?
Bueno, tuve que escribir un artículo…
Lo pueden leer AQUÍ
El Espectador Inquieto recomienda…

Mud (Jeff Nichols, 2012)
Esta semana vi una película que me gustó llamada Mud (Barro o El niño y el fugitivo, de 2012, dirigida por Jeff Nichols). Mud es el nombre del personaje de Matthew McConaughey, y significa barro. Pero Mud no es el protagonista—ese desplazamiento ya es curioso: la película lleva como título el nombre de un personaje que no es el protagonista. El protagonista es Ellis (Tye Sheridan), un chico de 14 años que, al pasear por una isla con su amigo Neck en busca de un bote atorado en lo alto de un árbol, se encuentra con Mud, un fuera-de-la-ley que deviene en una figura idealizada, o idealista, que pareciera defender una suerte de pureza en el amor. La película se toma tiempo para ir y venir y construir, a través de una serie de ambigüedades, un sistema de proyecciones que tal vez nos dicen algo sobre el proceso de maduración del adolescente: un mundo que se derriba, una idea del amor que se transforma.
*

El escritor mexicano León Rico me hizo una entrevista preciosa para su podcast “El arte de contar historias”. Tuvimos una charla muy rica, pueden escucharla AQUÍ.
¿Te gustaría colaborar con mi trabajo?
Gracias!
¿Qué pasa cuando nos interesamos
por lo que nos pasa?
Si este newsletter te aportó algún valor, si te inspiró o dio algo que puedas valorar, ¿te gustaría compartirlo con alguien que también pueda recibir inspiración y herramientas?
Hasta el viernes próximo!
Gracias!!!
Jada
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