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Todo es materia prima # 55
Una rayuela sin tierra
Hoy fui con una amiga al museo paleontológico de Bariloche, pequeño y bonito. Pueden tocar los fósiles, nos dijeron. No sé si había tocado fósiles alguna vez. ¿El contacto no los daña?, pregunté. Mis manos, llenas de historia personal; mis huellas, demasiado de este tiempo.

Nos explicaron: son piezas perdidas que, por no tener referencias sobre su ubicación, no tienen utilidad científica.
Pensé en cómo nos gusta entenderlo todo. Unir los puntos, eliminar distancias. Percibir forma. Pensé en cómo a veces es importante eliminar distancias y en cómo a veces es importante conservar, y hasta celebrar, esas distancias. Pensé en la distancia y pensé en el tiempo. Pensé en cómo usamos la distancia y como usamos el tiempo. Para escribir historias, que unen, pero también petrifican.
En un video del museo explicaban cómo los huesos se transforman en piedra. No entendí cómo es que un tejido animal se vuelve mineral.

En el museo nos explicaron la diferencia entre una réplica y una reconstrucción: una réplica es todo representación, puro signo de algo que no está, al menos no a la vista, tal vez por ser muy delicado; en una reconstrucción, sí hay fósiles reales, pero no enteros: a partir de algunas piezas encontradas, con investigación, se asume la forma total—cómo es la totalidad del cuerpo, del esqueleto. A partir de unos pocos dientes, se arma la mandíbula del tiburón. Para poder ver al monstruo en su entereza. Para poder, si queremos, tomarnos la foto dentro de las fauces.
¿Y si nos contentáramos con los dientes sueltos? ¿Y si, también, al menos por momentos, no uniéramos los puntos? ¿Y si asumiéramos que los puntos podrían, muchas veces, unirse de otros modos?
Así como queremos la foto, queremos el recuerdo, la historia, el relato. Queremos trazar relaciones y fijar relatos, caminos entre las cosas.
Como en cualquier relato, la imaginación opera, consciente e inconscientemente, completando la gestalt—la forma.
No nos gusta no entender.
Creemos que no entender nos pone en peligro.
Necesitamos ver la mandíbula entera para saber cómo defendernos.
Dónde tomarnos la foto.
¿Qué parte nuestra lee peligro cuando no entiende?
¿Qué parte nuestra quiere la foto heroica con el trofeo del conocimiento?
Después del museo, nos fuimos a tomar un café en el parque de la catedral. Hablamos de la importancia de tomar distancia de las cosas que creemos que somos—de la ficción, que se nos arma, de lo que supuestamente somos.
Hay situaciones que nos fuerzan a reconocer que podemos también ser diferentes. En diferentes circunstancias, con diferentes personas, somos diferentes. Cada científico, como cada narrador, arma su propia versión de la mandíbula.
No digo que todo sea relativo. Lo que digo es que la forma en que diseñamos el telescopio no puede no influir en lo que descubrimos en el cielo.
Hace poco escribí esta idea: toda ficción es meta-ficción. ¿Por qué? Porque toda obra de ficción, en un nivel, nos recuerda que somos ficción.
Cuando contamos algo decimos mucho sobre nuestros modos de contar. Cuando describimos un planeta, revelamos la forma en que miramos el cielo.

¿A ese cielo buscamos llegar?
Si una parte nuestra (digamos, la mente científica) busca certezas y estabilidad, hay otra parte que busca incertidumbre y desparpajo.
Hablamos, también, en el parque de la catedral, de lo importante de ese corrimiento, de ese desparpajo—de lo importante de des-identificarnos de los personajes internos con los que organizamos la experiencia.
Con “personaje internos” me refiero a esas maneras fijas que tenemos de ver las cosas, el mundo, la vida. Esas partes nuestras que quieren que todo sea de una sola manera.
Una idea: el arte (y particularmente el arte de la ficción) nos recuerda qué importante es tomar distancia de esas estructuras, de esos personajes, que hacen drama, porque quieren que el mundo se acomode siempre a sus cartografías.
Esa es mi definición de drama: el intento arrogante de que el mundo sea como queremos que sea.
¿Des-dramatizar? Tomar distancia para poder jugar con lo que somos—qué importante tomar distancia para procesar la experiencia de maneras más poéticas.
Al hacer ficción, ponemos en práctica esa toma de distancia que nos permite jugar con el material y resignificar la propia experiencia.
¿Hay algo más liberador?

Rayuela sin Tierra junto al lago
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