Todo es materia prima #57

Los huracanes de la novedad (o por qué no resolver la ambigüedad)

Qué lujo no mirar el mapa

En esta entrega:
1. Notas de la semana
2. Próxima masterclass gratuita
3. Curso de cine en promoción 
4. El Espectador Inquieto recomienda…

Dirk Bogarde en “Muerte en Venecia”

Hace unos días, en una sesión de acompañamiento, una artista plástica me preguntó por qué me dedico a la ficción. Creo que dije algo así como que la ficción me permite dar atención al gesto de una mano. Qué valioso, entre tantas correrías por la supervivencia, permitirnos dar atención al movimiento de una mano—ese milagro secreto.

En su libro El hilo perdido, Jacques Ranciere propone que en la novela Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1857), Emma no se enamora de Rodolfo por un proceso interno de pensamientos y emociones, sino simplemente por la forma en que sus manos se tocan.

Ed Sheeran canta:

People fall in love in mysterious ways
Maybe just the touch of a hand

Traducido:

La gente se enamora de maneras misteriosas
Tal vez solo el contacto de una mano

Los cuerpos hablan de formas misteriosas. A veces, para ordenar procesos psico-físicos y así vivir mejor, nos sirve interpretar ese misterio y resolver la ambigüedad natural de los procesos corporales, como si se trataran de un enigma—leer el síntoma para corregir o encauzar. A veces, por otro lado, también, nos puede venir bien no resolver la ambigüedad—leer al síntoma como un llamado a sumergirnos en el Misterio.

Si en la vida cotidiana necesitamos mapear al forastero que llega a la tribu, para definir si representa o bien una amenaza o bien una posibilidad, en el campo del arte podemos (y hasta debemos) darnos el lujo (si se quiere, el privilegio) de mirar el mapa y decir:

—Pf.

Con elegancia, sacarle la lengua a ese extraño que se acerca, y espiarle a través de las rajaduras que el tiempo, y sobre todo la costumbre, han ido trabajando en la superficie de las cartografías con las que aprendimos a defendernos de la novedad.

Usar el mapa, viejo y rasgado, como una máscara con la que provocamos, y amplificamos, la danza de acercamientos y distancias mediante la cual nos vamos abriendo, seductoramente, a interactuar con lo otro.

¿Se ve la imagen?

El mapa, antiguo y raído, ya no es usado para entender si el apareamiento es conveniente (rentable) sino para jugar con lo imposible—lo imposible de mapear. 

Una danza torpe y sincopada.

Un mapa, blando e inestable, vuelto avioncito de papel.

Un aeroplano de palabras en llamas.

Un vuelo rasante por lo inexistente.

Si en la vida cotidiana necesitamos, muchas veces, tantas veces, definir si el otro es un amigo o un enemigo, en el arte (y particularmente en el arte de la ficción) podemos, tantas veces, sino siempre, darnos el lujo de suspender esa necesidad de etiquetar, obsesiva, y entonces abrirnos, así, a la ambivalencia específica de cada encuentro con lo diferente.

En la experiencia estética, como creadores y como espectadores, podemos descansar, bajar la guardia, dejarnos violentar por los huracanes de la novedad.

El otro puede ser, a la vez, amigo y enemigo.

Nietzsche decía que el mejor amigo es el peor enemigo, en el sentido de que la amistad no es una búsqueda complaciente de confirmación, sino un desafío, amoroso, y muchas veces incómodo, que nos invita a crecer. Si usamos el arte para confirmar lo que ya sabemos, nos estamos perdiendo de mucho. Si usamos la ficción para ratificar certezas, nos perdemos de la posibilidad, poética y política, de perdernos en la incertidumbre—ay, la incertidumbre, tan dadora, tan generosa.

En el podcast que recomendé en la entrega de la semana pasada, el cineasta Gustavo Fontán, de quien me estoy volviendo fan, dijo que lo que hace el lenguaje es resguardar una condición de ambigüedad y que, por otro lado, “no hay lenguaje que nos libere del desconcierto.” No hay mapa que pueda salvarnos de la deriva. No hay dibujo que pueda fijar al huracán. La poesía, como una humedad, se filtra por entre los muros del refugio.

El lenguaje poético, salvaje, indomable, torpe y violento, hasta orgulloso, nos invita a abandonar esa modalidad perceptiva y moral que nos hace ver la vida como un campo de batalla en el que se baten, y debaten, incansablemente, el bien y el mal—categorías por lo demás absurdas que el desconcierto estético tiene la misión de aniquilar. 

El lenguaje, liberado de la obligación de levantar refugio y organizar la distribución del alimento, nos invita a dejar de pelearnos con el desconcierto—no solo dejar de pelearnos, sino abrirnos a su tesoro.

El tesoro de la ambigüedad, el tesoro del desconcierto.

Algo de todo esto vamos a explorar en la próxima MASTERCLASS GRATUITA del jueves 13 de noviembre:

Claves para entender la ambigüedad como motor narrativo.
Lecturas y escenas que desarman el binarismo protagonista/antagonista.

¿Por qué simplificamos tanto la experiencia?
¿Cuál es la relación entre el antagonismo y la ambigüedad?
¿Por qué la ficción suele apoyarse en la dicotomía buenos-vs-malos?

Con ejemplos de literatura y cine veremos cómo algunos creadores
resisten la tentación de explicar o domesticar sus ficciones.

También exploraremos cómo la forma de las obras
(el tipo de frases, los modos de mover la cámara,
el lenguaje específico, la actuación o el uso de la música)
define las posibilidades de lectura.

PARA INSCRIBIRTE A LA MASTERCLASS GRATUITA

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Y por si no te enteraste…

Estoy fascinado con algo que está sucediendo:

Hace cosa de un mes se me rompió la computadora y entré en modo-tragedia. Desesperación. Mi herramienta de trabajo, muerta. ¿Qué hacer?

Si como dice Jada, todo es materia prima, esta situación, pensé, también tendrá que serlo.

Una serie de confusiones afortunadas me llevaron entonces a esta idea:

Poner mi curso de cine y filosofía, que tengo encajonado hace dos años sin saber cómo vender, en SUPER PROMOCIÓN.

Al día de hoy, ya se vendieron 12, más del 10% de lo que necesito para comprarme una computadora nueva.

Es hermoso que, además de estar juntando ese dinero, estoy pudiendo poner en movimiento el curso, que es una investigación a la que le dediqué mucho tiempo y mucho entusiasmo, y que está buenísima.

Son 9 clases en las que estudio 12 películas y propongo ciertas miradas sobre el problema de las relaciones humanas en el cine, y sobre la correspondencia que hay entre las maneras en que miramos películas y las maneras en que nos vinculamos.

Es un tema que la verdad no vi desplegado en ningún lado, y que pienso que puede cambiar algo de tu forma de mirar cine, y quien dice, hasta de mirar la vida y las relaciones humanas.

Por unas semanas más, este curso, que originalmente tiene un precio de USD70 (o $70.000 en Argentina), estará en USD16 ($22.000 en Arg.). Es una gran oportunidad de adquirir un material que te quedará disponible para ver cuando quieras y todas las veces que quieras hasta el final de los tiempos.

Aquí el trailer del curso:

Para leer más (índice de películas, temas por clase, etc.)

Y si gustas adquirirlo con la promoción, responde-me por mail y te digo cómo…

El Espectador Inquieto recomienda

Björn Andrésen en “Muerte en Venecia” (1971)

Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971)

Hace unos días murió Björn Andrésen, quien en 1971 se hizo peligrosamente famoso por su participación en Muerte en Venecia, dirigida por Luchino Visconti. Al enterarme de la historia tristísima que devino de la participación de este joven de 15 años en la película, quise ver la obra, que tenía pendiente.

Es difícil encontrarse con una obra que carga con tanta historia. Una recomendación podría ser que veas la película antes de conocer los detalles de lo que pasó.

Como sea, la película me pareció muy curiosa.

Si la ves, te invito a poner particular atención a esto:

El modo en que trabaja la cámara, especialmente en toda la primera parte, como esa extensa escena en el restaurante del hotel, esos paneos largos que podrían representar la mirada del personaje principal, interpretado por Dirk Bogarde, pero que no terminan de definirse como una “subjetiva”.

¿Son esos devaneos de la cámara los devaneos de la mirada del personaje, claramente atraído por este joven? Aquí, para seguir con el tema de esta entrega, vemos cómo trabaja la ambigüedad estética. Los movimientos de la cámara son, y a la vez no son, los movimientos de la atención del personaje.

¿Qué implica esta ambivalencia?

En literatura, un procedimiento análogo es el del “discurso indirecto libre”, a propósito muy utilizado por Flaubert, de quien hablé más arriba. En el discurso indirecto libre, se confunden, en un relato, la voz del personaje con la voz de un narrador en tercera persona. ¿De quién es la mirada que vaga por ese hotel? Si es del personaje, ¿cómo es que al final de muchos de esos paneos llegamos a verlo a él?

Ver también cómo se trabaja la ambigüedad espacial en escenas varias, como las de la playa, en las que no terminamos de entender dónde está el sujeto en relación a su objeto de atención.

La película es rara. Poco diálogo, poca circulación de información, mucho tiempo dedicado a la descripción del mundo del hotel, los desplazamientos, las miradas. ¿Por qué?

Prestar atención, también, a la opacidad del personaje de Bogarde, para mí un acierto de la película que, si bien es una adaptación de una novela, elige no explicar los movimientos del interior del personaje, y así nos deja, a los espectadores, a una distancia insalvable y con la incapacidad de identificarnos con el personaje con el que pasamos tanto tiempo.

Una de esas películas que funcionan claramente como experimento estético-perceptivo.

Para ver los links a las películas recomendadas, CLICK AQUÍ

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